lunes, 25 de junio de 2012

Embajada Mora






MORO




Alhá te guarde, Cristiano;
y a los nobles caballeros
y guarnición aguerrida
de ese castillo soberbio,
cuyas almenas confunde
entre sus nubes el cielo
y es el mejor baluarte
de esos muros, tan extensos.





CRISTIANO

Gracias, Moro: bien venido,
si son nobles tus deseos;
y, cual tu rogaste a Alhá,
a mi Dios también yo ruego
vele por tí los soldados
que van siguiendo tu ejemplo.
Mas, como impaciente todas
mis gentes están, espero
nos dirás de tu embajada
muy brevemente el objeto.
Pero ten en cuenta, Moro,
que a mi Rey yo represento,
que soy español, soy noble
y, por tanto, no consiento
nada que digno no sea
de mi Rey y su Consejo.





MORO

Mi Rey, que es siervo de Alhá
y su profeta Mahoma,
por quienes gobiernan casi
Asia, el Africa y casi Europa,
siendo Emperador del Kan,
Gran Señor de Trebisonda,
Duque excelso de los Calcos,
Rey invicto de Slavonia,
jurado Rey en Samalia,
de Egipto y de Babilonia;
Emperador de Turquia,
de Armenia, Misia y de Troya,
Smirna y Mesopotamia,
Menia, Persia y Cappadocia;
Emperador del gran Cairo,
Libia, Galacia y de Jonia,
Carmania, Baetriana y Frigia;
Gran Sofi de Basajonia
Señor de las tres Arabias,
del Mar Bermejo y sus Costas,
de Antioquia y sus Costas;
del ganges, que en siete bocas
riega las siete provincias
que en Asia son tan famosas;
Gran Rey de Jerusalen
que el Cristiano tanto llora;
Rey de Rodas y de Chipre;
señor de Constantinopla;
Rey de Chatam y Marruecos,
de Asiria y Cefalonia,
Rey del Ponto Victimado
y de la Tartaria toda;
y en fin, por no ser posible
el referirte sus glorias
ya que fuera necesario
el nombrar las tierras todas
que pisaron sus leales
y conquistaron sus tropas
- cosa mucho más dificil
que contar las numerosas
estrellas, que por la noche,
este cielo azul tachonan,
o las olas de los mares
que humildes lamen sus costas-,
solo diré; que el Monarca
de cuanto el sol luce y dora
(si ha movido su deseo),
que es la mano ejecutora
de los preceptos de Alhá
y su profeta Mahoma,
puso en mí su confianza
para este embajada honrosa.





Nada a mi Rey se resiste;
y son tantas sus victorias,
como fueron las batallas
que libró. Su nombre asombra
las más indómitas gentes.





Las naciones belicosas
que de ello fama alcanzaron
y que viven en la Historia,
ante su valor se humillan,
y no solo se conforman
en llamarse sus vasallos,
sino que en ello se honran.





Este invicto soberano,
que el Orbe todo pregona,
sabedor de que existía
esta Villa populosa,
bajo un cielo transparente
que al Oriente nos transporta,
y en una vega risueña,
en la cual las flores brotan
espontáneas, con perfumes
de esencias embriagadoras,
cual si la naturaleza
vertido hubiera la copa
de los dones en su suelo
con mano asaz cariñosa;
y conociendo también,
por esclava, que es señora,
oriunda de aquestas tierras
la belleza seductora,
la inocencia, el sentimiento
y calidez que atesoran
las angélicas mujeres
que habitan en estas zonas,
y que son, sin duda alguna,
las huries cariñosas
que el Profeta prometiera
al creyente que le adora,
díjome: “Con tantos Reinos
aún le falta a mi corona
el mejor de los brillantes,
la más bella de los joyas
la Villa que, reclinada
en la ribera frondosa
del Villa, baña en los mares
sus plantas, en tanto flota
su cabeza entre las nubes,
como áurea corona,
cuando el sol sus altas torres
con ardientes rayos dora;
la de las bellas mujeres
de mirada abrasadora,
cuyas negras cabelleras
cual cadenas aprisionan
y cuyos labios de fuego
nidos son do el placer mora;
la de las risueñas playas,
la de la campiña hermosa,
la de floridos naranjos
y palmeras orgullosas
que con los cielos confunden
al cimbrearse sus copas;
la que griegos y fenicios
escogieron por Colonia
y conocieron por Jove,
la que es Villa de las Joyas.





Yo, comprendí su deseo,
y al punto, reuní las tropas
que creímos necesarias;
lancéme al mar con mi flota,
y al retirarse la noche
como esquivando la aurora,
descubrimos vuestros fuertes,
vuestra escuadra numerosa,
y lo demás ... tú lo sabes
como nadie aquí lo ignora.





No obstante vuestro denuedo
y vuestra fiereza loca,
os vencimos en el mar,
como despues en la costa,
ocupando el gran castillo
que la defiende. Tú ahora
ya conoces mi poder;
ve mis gentes, ambiciosas
de terminar esta empresa
cuyo principio les honra.





Hazte cargo de mis huestes
cual ningunas valerosas,
cuyo numero es tán grande
que a primera vista asombra;
cuya fiereza no igualan,
y tienen mucha, tus tropas.





Medita en que las anima
la conquista embriagadora
brindándoles las mujeres
y riquezas que atesoran
vuestras casas; y además,
la esperaza halagadora
de verse recompensadas
por Hurís encantadoras,
si mueren en el combate,
cual el Coran alecciona.





Contempla, por otra parte,
que tus gentes son muy pocas,
y cansadas de la lucha,
ya las fuerzas no les sobran.
Mira después tus murallas,
casi desiertas; ya rotas.
Medita la conveniencia
de terminar de una honrosa
manera para vosotros
esta lucha tan costosa;
y en que yo, por ahorraros
vuestra sangre valerosa,
humildemente te exhorto
a que, prudente, reconozcas
la resistencia imposible,
la defensa peligrosa;
y me permitas que, en paz,
sobre esos muros yo ponga
mis triunfantes medias lunas,
que mucha es ya vuestra gloria
con haberos defendido
de huestas tan numerosas.





De lo contrario, te juro,
por Alhá y por Mahoma,
que, ayudado por los mios,
cuya bravura es notoria,
verás trocar en ruinas
esas almenas famosas;
verás inundar los prados
ríos de púrpura; rotas
tus escuadras ya vencidas;
y tus gentes, temerosas,
implorar de mis soldados
una piedad vergonzosa.
Verás las bellas mujeras
de vuestras casas señoras
retorcerse entre los brazos
de la brava gente mora.
Verás doquiera el incendio
y la muerte asoladora;
y los pocos prisioneros
que, humildes, perdón imploran
vivir en rudos trabajos
morir en negras mazmorras.





Teme, pues, teme el amago
que te vaticino ahora,
si no quieres que ejecute
esta espada rigurosa
el golpe en tí y cuantos siguen
las pendones que tremolas.






Accede, pues, a mi intento,
entregándome esa heroica
fortaleza; que, en el nombre
de mi Rey, mi honor te abona
el dejar en libertad
a tus bravas huestes todas,
permitiéndoles llevarse
hijas, tesoros y esposas.
Y en cuanto a tí, nada temas.
Si ante mi Rey tu te postras,
y como a tuyo le acatas,
y en ser su siervo te gozas,
te daré cuanto quisieres:
consideraciones, joyas,
honores, riquezas ... todo
lo que requiere tu pompa
y tu valor se merece.

Y puesto que ya no ignoras
lo que pretento. Cristiano,
dame tu respuesta ahora.

CRISTIANO

Moro; tu embajada oí
y dudando estoy , a fe,
si es verdad o sueño fue
que lo dijiste ante mí.

Da gracias, Turco, en tu ardor,
a los fueros que te dan
las órdenes del Sultán
que te envia embajador;
que si no, ya en las almenas
de esta antigua fortaleza
vieran colgar tu cabeza
las escuadras agarenas.

Muchas serán de tu Rey
las glorias que no ambiciono;
mucho el poder de su trono
fundado en bárbara ley.

Mucha la ciega fortuna
que le protege en la guerra;
su Imperio grande en la Tierra
y su suerte cual ninguna.

Mas si pudo conquistar
sin gran esfuerzo el Oriente
y hasta ceñir a su frente
cien coronas sin luchar;
y si dócil la victoria
le ha sido en toda batalla,
tal vez al término se halla
de su poder y su gloria;
y sus huestes aguerridas
cuya barbarie no extraña,
al combatir en España
se nos declaren vencidas,
contemplando con dolor,
que los que al mundo aterraron
y fama en él alcanzaron
por su fiereza y valor,
al combatir este fuerte
que defienden mis soldados
encuentren, desesperados,
con su derrota la muerte.

Muchos son tus campeones,
y es mi guarnición muy corta;
mas el número ¿qué importa
si mis bravos són leones?

Pocos somos, ¡es verdad!
Mas inmenso es el ardor
y sin igual el valor
de los que la libertad
de la Patria defendemos;
pues todos, al pelear,
luchamos por nuestro hogar,
por la familia que habemos,
por la cariñosa madre,
por la hermana desvalida;
por la mujer, que es la vida
del corazón; por el padre,
por el Pais do nacimos;
por la Religión sagrada
que embotará vuestra espada,
si sus golpes recibimos.

En suma: por todo aquello
que nuestra vida embellece,
que nos halaga, y parece
de nuestro Dios un destello.

Este entusiasmo, que al hombre
fuerza y valor acrecienta,
os vencerá en la cruenta
batalla, por más que asombre.

Cual ya un Pelayo os venció,
y es la admiración del mundo,
con sólo su amor profundo
por la Patria que invocó.

Como Numancia y Sagunto,
que supieron bien morir;
si no es dable resistir,
moriremos todos juntos.

Ya has oido; en cuanto a tí,
que abusando de tus fueros,
con discursos altaneros
viniste a insultarme aquí.

Proponiendo en tu osadía
el premiar mi traición,
sabe, que es tal mi ambición ...
que desprecio tu porfía.

¡Sobornarme con tesoros
tu necio orgullo pretende!
Un español no se vende,
como se venden los moros.

Reune, si te es posible,
todas las joyas de Oriente;
amontona allá en tu mente
de una manera visible
pirámides de oro puro
que las de Egipto aún mayores
y glorias mil, superiores
a defender este muro.
Y todo yo lo desprecio
por ser de escaso valor;
pues quieres comprar mi honor
¡y mi honor no tiene precio!

Retírate, sé prudente;
no provoques con malicia
del Eterno la justicia,
porque es Dios Omnipotente.

Y pudiera, con querer,
quien de un soplo hizo la luz
barrer con sólo esta cruz
tus escuadrones doquier.

Y si no, ve y dí a tu Rey
que en mí la traición no cabe,
que un buen Cristiano no sabe
renegar su Santa Ley.

Que, aunque su esfuerzo reúna
todo el poder de Mahoma,
nuestro valor no se doma
¡venga la gente moruna!

¡Venga! Pero sepa bien
que el fuerte que tanto estima,
ha de saltar por encima
de un cadaver y otros cien.

Y que humille su arrogancia
que, aunque pocas, estas gentes
legítimos descendientes
son de Sagunto y Numancia.

Tal le dirás,no desisto;
pues guiados por la Cruz,
buscamos la eterna luz
defiendo a Jesucristo.

MORO

¡De esa suerte me respondes!
¡Me tratas de tal manera
y al mirar mi faz guerrera
temeroso no te escondes!

He de humillar tu valor
que de ser tanto blasonas.
¡Yá encontraré tu persona
del combate en el fragor!

Y cuenta me rendirás
del desprecio que me irrita,
y a la venganza me incita!
Muy pronto, en breve verás.

En ese gran baluarte
todas tus gentes postradas
con humildosas miradas
ante mi regio estandarte.

De nada os sirve la cruz
que defendeis con empeño;
la bala del arcabuz
romperá ese tosco leño
y en su lugar, la fortuna
de mis huestes, protectora,
colocará la señora
del Mundo, la media luna.

Y, pues os negais, ¡infieles!
Mañana las nazarenas
tal vez trencen las melenas
de mis rápidos corceles.

Y, agarradas a sus colas,
cual abejas confundidas,
correrán despavoridas
las milicias españolas.

Y, a fuerza de pobres vasallos,
tus capitanes de guerra
barrerán la seca tierra
que han de pisar mis caballos.

Y los hijos de Mahoma,
que con desprecio irritas
trocarán, quizá, en mezquitas
vuestras iglesias de Roma.

CRISTIANO

¡Preveníos .... mahometanos!
¡De insolente haces alarde!
¡Tiembla, pues, moro cobarde!
¡Al arma tocad, Cristianos!

MORO

Es inutil: el destino
ya tu suerte ha señalado;
y de la victoria el Hado
fácil nos muestra el camino.
¡Temblad, Cristianos! ¡Constancia,
Moros! Mi triunfo es seguro
por más que opongais el muro
que opusisteis en Numancia.

CRISTIANO

Es dudoso, mahometano;
pero mi ardor no desmaya.

MORO

¡Que Alhá te guarde, Cristiano!

CRISTIANO

¡Dios contigo, Moro, vaya!



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