MORO
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Alhá te guarde, Cristiano;
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y a los nobles caballeros
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y guarnición aguerrida
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de ese castillo soberbio,
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cuyas almenas confunde
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entre sus nubes el cielo
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y es el mejor baluarte
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de esos muros, tan extensos.
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CRISTIANO
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Gracias, Moro: bien venido,
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si son nobles tus deseos;
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y, cual tu rogaste a Alhá,
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a mi Dios también yo ruego
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vele por tí los soldados
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que van siguiendo tu ejemplo.
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Mas, como impaciente todas
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mis gentes están, espero
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nos dirás de tu embajada
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muy brevemente el objeto.
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Pero ten en cuenta, Moro,
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que a mi Rey yo represento,
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que soy español, soy noble
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y, por tanto, no consiento
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nada que digno no sea
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de mi Rey y su Consejo.
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MORO
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Mi Rey, que es siervo de Alhá
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y su profeta Mahoma,
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por quienes gobiernan casi
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Asia, el Africa y casi Europa,
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siendo Emperador del Kan,
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Gran Señor de Trebisonda,
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Duque excelso de los Calcos,
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Rey invicto de Slavonia,
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jurado Rey en Samalia,
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de Egipto y de Babilonia;
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Emperador de Turquia,
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de Armenia, Misia y de Troya,
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Smirna y Mesopotamia,
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Menia, Persia y Cappadocia;
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Emperador del gran Cairo,
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Libia, Galacia y de Jonia,
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Carmania, Baetriana y Frigia;
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Gran Sofi de Basajonia
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Señor de las tres Arabias,
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del Mar Bermejo y sus Costas,
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de Antioquia y sus Costas;
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del ganges, que en siete bocas
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riega las siete provincias
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que en Asia son tan famosas;
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Gran Rey de Jerusalen
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que el Cristiano tanto llora;
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Rey de Rodas y de Chipre;
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señor de Constantinopla;
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Rey de Chatam y Marruecos,
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de Asiria y Cefalonia,
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Rey del Ponto Victimado
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y de la Tartaria toda;
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y en fin, por no ser posible
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el referirte sus glorias
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ya que fuera necesario
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el nombrar las tierras todas
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que pisaron sus leales
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y conquistaron sus tropas
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- cosa mucho más dificil
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que contar las numerosas
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estrellas, que por la noche,
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este cielo azul tachonan,
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o las olas de los mares
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que humildes lamen sus costas-,
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solo diré; que el Monarca
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de cuanto el sol luce y dora
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(si ha movido su deseo),
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que es la mano ejecutora
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de los preceptos de Alhá
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y su profeta Mahoma,
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puso en mí su confianza
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para este embajada honrosa.
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Nada a mi Rey se resiste;
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y son tantas sus victorias,
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como fueron las batallas
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que libró. Su nombre asombra
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las más indómitas gentes.
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Las naciones belicosas
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que de ello fama alcanzaron
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y que viven en la Historia,
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ante su valor se humillan,
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y no solo se conforman
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en llamarse sus vasallos,
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sino que en ello se honran.
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Este invicto soberano,
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que el Orbe todo pregona,
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sabedor de que existía
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esta Villa populosa,
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bajo un cielo transparente
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que al Oriente nos transporta,
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y en una vega risueña,
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en la cual las flores brotan
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espontáneas, con perfumes
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de esencias embriagadoras,
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cual si la naturaleza
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vertido hubiera la copa
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de los dones en su suelo
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con mano asaz cariñosa;
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y conociendo también,
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por esclava, que es señora,
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oriunda de aquestas tierras
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la belleza seductora,
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la inocencia, el sentimiento
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y calidez que atesoran
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las angélicas mujeres
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que habitan en estas zonas,
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y que son, sin duda alguna,
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las huries cariñosas
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que el Profeta prometiera
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al creyente que le adora,
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díjome: “Con tantos Reinos
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aún le falta a mi corona
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el mejor de los brillantes,
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la más bella de los joyas
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la Villa que, reclinada
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en la ribera frondosa
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del Villa, baña en los mares
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sus plantas, en tanto flota
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su cabeza entre las nubes,
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como áurea corona,
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cuando el sol sus altas torres
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con ardientes rayos dora;
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la de las bellas mujeres
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de mirada abrasadora,
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cuyas negras cabelleras
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cual cadenas aprisionan
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y cuyos labios de fuego
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nidos son do el placer mora;
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la de las risueñas playas,
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la de la campiña hermosa,
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la de floridos naranjos
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y palmeras orgullosas
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que con los cielos confunden
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al cimbrearse sus copas;
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la que griegos y fenicios
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escogieron por Colonia
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y conocieron por Jove,
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la que es Villa de las Joyas.
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Yo, comprendí su deseo,
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y al punto, reuní las tropas
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que creímos necesarias;
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lancéme al mar con mi flota,
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y al retirarse la noche
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como esquivando la aurora,
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descubrimos vuestros fuertes,
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vuestra escuadra numerosa,
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y lo demás ... tú lo sabes
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como nadie aquí lo ignora.
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No obstante vuestro denuedo
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y vuestra fiereza loca,
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os vencimos en el mar,
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como despues en la costa,
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ocupando el gran castillo
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que la defiende. Tú ahora
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ya conoces mi poder;
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ve mis gentes, ambiciosas
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de terminar esta empresa
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cuyo principio les honra.
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Hazte cargo de mis huestes
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cual ningunas valerosas,
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cuyo numero es tán grande
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que a primera vista asombra;
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cuya fiereza no igualan,
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y tienen mucha, tus tropas.
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Medita en que las anima
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la conquista embriagadora
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brindándoles las mujeres
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y riquezas que atesoran
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vuestras casas; y además,
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la esperaza halagadora
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de verse recompensadas
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por Hurís encantadoras,
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si mueren en el combate,
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cual el Coran alecciona.
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Contempla, por otra parte,
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que tus gentes son muy pocas,
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y cansadas de la lucha,
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ya las fuerzas no les sobran.
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Mira después tus murallas,
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casi desiertas; ya rotas.
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Medita la conveniencia
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de terminar de una honrosa
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manera para vosotros
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esta lucha tan costosa;
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y en que yo, por ahorraros
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vuestra sangre valerosa,
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humildemente te exhorto
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a que, prudente, reconozcas
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la resistencia imposible,
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la defensa peligrosa;
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y me permitas que, en paz,
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sobre esos muros yo ponga
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mis triunfantes medias lunas,
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que mucha es ya vuestra gloria
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con haberos defendido
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de huestas tan numerosas.
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De lo contrario, te juro,
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por Alhá y por Mahoma,
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que, ayudado por los mios,
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cuya bravura es notoria,
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verás trocar en ruinas
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esas almenas famosas;
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verás inundar los prados
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ríos de púrpura; rotas
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tus escuadras ya vencidas;
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y tus gentes, temerosas,
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implorar de mis soldados
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una piedad vergonzosa.
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Verás las bellas mujeras
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de vuestras casas señoras
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retorcerse entre los brazos
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de la brava gente mora.
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Verás doquiera el incendio
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y la muerte asoladora;
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y los pocos prisioneros
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que, humildes, perdón imploran
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vivir en rudos trabajos
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morir en negras mazmorras.
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Teme, pues, teme el amago
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que te vaticino ahora,
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si no quieres que ejecute
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esta espada rigurosa
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el golpe en tí y cuantos siguen
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las pendones que tremolas.
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Accede, pues, a mi intento,
entregándome esa heroica fortaleza; que, en el nombre de mi Rey, mi honor te abona el dejar en libertad a tus bravas huestes todas, permitiéndoles llevarse hijas, tesoros y esposas.
Y en cuanto a tí, nada temas.
Si ante mi Rey tu te postras, y como a tuyo le acatas, y en ser su siervo te gozas, te daré cuanto quisieres: consideraciones, joyas, honores, riquezas ... todo lo que requiere tu pompa y tu valor se merece. Y puesto que ya no ignoras lo que pretento. Cristiano, dame tu respuesta ahora.
CRISTIANO
Moro; tu embajada oí y dudando estoy , a fe, si es verdad o sueño fue que lo dijiste ante mí. Da gracias, Turco, en tu ardor, a los fueros que te dan las órdenes del Sultán que te envia embajador; que si no, ya en las almenas de esta antigua fortaleza vieran colgar tu cabeza las escuadras agarenas. Muchas serán de tu Rey las glorias que no ambiciono; mucho el poder de su trono fundado en bárbara ley. Mucha la ciega fortuna que le protege en la guerra; su Imperio grande en la Tierra y su suerte cual ninguna. Mas si pudo conquistar sin gran esfuerzo el Oriente y hasta ceñir a su frente cien coronas sin luchar; y si dócil la victoria le ha sido en toda batalla, tal vez al término se halla de su poder y su gloria; y sus huestes aguerridas cuya barbarie no extraña, al combatir en España se nos declaren vencidas, contemplando con dolor, que los que al mundo aterraron y fama en él alcanzaron por su fiereza y valor, al combatir este fuerte que defienden mis soldados encuentren, desesperados, con su derrota la muerte. Muchos son tus campeones, y es mi guarnición muy corta; mas el número ¿qué importa si mis bravos són leones? Pocos somos, ¡es verdad! Mas inmenso es el ardor y sin igual el valor de los que la libertad de la Patria defendemos; pues todos, al pelear, luchamos por nuestro hogar, por la familia que habemos, por la cariñosa madre, por la hermana desvalida; por la mujer, que es la vida del corazón; por el padre, por el Pais do nacimos; por la Religión sagrada que embotará vuestra espada, si sus golpes recibimos. En suma: por todo aquello que nuestra vida embellece, que nos halaga, y parece de nuestro Dios un destello. Este entusiasmo, que al hombre fuerza y valor acrecienta, os vencerá en la cruenta batalla, por más que asombre. Cual ya un Pelayo os venció, y es la admiración del mundo, con sólo su amor profundo por la Patria que invocó. Como Numancia y Sagunto, que supieron bien morir; si no es dable resistir, moriremos todos juntos. Ya has oido; en cuanto a tí, que abusando de tus fueros, con discursos altaneros viniste a insultarme aquí. Proponiendo en tu osadía el premiar mi traición, sabe, que es tal mi ambición ... que desprecio tu porfía. ¡Sobornarme con tesoros tu necio orgullo pretende! Un español no se vende, como se venden los moros. Reune, si te es posible, todas las joyas de Oriente; amontona allá en tu mente de una manera visible pirámides de oro puro que las de Egipto aún mayores y glorias mil, superiores a defender este muro. Y todo yo lo desprecio por ser de escaso valor; pues quieres comprar mi honor ¡y mi honor no tiene precio! Retírate, sé prudente; no provoques con malicia del Eterno la justicia, porque es Dios Omnipotente. Y pudiera, con querer, quien de un soplo hizo la luz barrer con sólo esta cruz tus escuadrones doquier. Y si no, ve y dí a tu Rey que en mí la traición no cabe, que un buen Cristiano no sabe renegar su Santa Ley. Que, aunque su esfuerzo reúna todo el poder de Mahoma, nuestro valor no se doma ¡venga la gente moruna! ¡Venga! Pero sepa bien que el fuerte que tanto estima, ha de saltar por encima de un cadaver y otros cien. Y que humille su arrogancia que, aunque pocas, estas gentes legítimos descendientes son de Sagunto y Numancia. Tal le dirás,no desisto; pues guiados por la Cruz, buscamos la eterna luz defiendo a Jesucristo. MORO ¡De esa suerte me respondes! ¡Me tratas de tal manera y al mirar mi faz guerrera temeroso no te escondes! He de humillar tu valor que de ser tanto blasonas. ¡Yá encontraré tu persona del combate en el fragor! Y cuenta me rendirás del desprecio que me irrita, y a la venganza me incita! Muy pronto, en breve verás. En ese gran baluarte todas tus gentes postradas con humildosas miradas ante mi regio estandarte. De nada os sirve la cruz que defendeis con empeño; la bala del arcabuz romperá ese tosco leño y en su lugar, la fortuna de mis huestes, protectora, colocará la señora del Mundo, la media luna. Y, pues os negais, ¡infieles! Mañana las nazarenas tal vez trencen las melenas de mis rápidos corceles. Y, agarradas a sus colas, cual abejas confundidas, correrán despavoridas las milicias españolas. Y, a fuerza de pobres vasallos, tus capitanes de guerra barrerán la seca tierra que han de pisar mis caballos. Y los hijos de Mahoma, que con desprecio irritas trocarán, quizá, en mezquitas vuestras iglesias de Roma. CRISTIANO ¡Preveníos .... mahometanos! ¡De insolente haces alarde! ¡Tiembla, pues, moro cobarde! ¡Al arma tocad, Cristianos! MORO Es inutil: el destino ya tu suerte ha señalado; y de la victoria el Hado fácil nos muestra el camino. ¡Temblad, Cristianos! ¡Constancia, Moros! Mi triunfo es seguro por más que opongais el muro que opusisteis en Numancia. CRISTIANO Es dudoso, mahometano; pero mi ardor no desmaya. MORO ¡Que Alhá te guarde, Cristiano! CRISTIANO ¡Dios contigo, Moro, vaya! |
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